embargo, deleitarse en el mal. Es posible que algunos de nuestros lectores repudien la acusación de haberse deleitado jamás en el pecado, y pretenden que, por el contrario, desde sus más tempranos recuerdos han detestado la iniquidad en todas sus formas. Tampoco nos atreveríamos a poner en duda su sinceridad; por el contrario, simplemente notamos que ello solamente aporta una ejemplificación más del hecho solemne que «engañoso es el corazón que todas las cosas» (Jer. 17:9). Pero este no es un asunto
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